martes, 24 de mayo de 2016

De México a la milonga, del chapulín al choripán

Hace un tiempo que el DF (Distrito Federal) pasó a llamarse Ciudad de México (CDMX), un cambio que involucra varias cuestiones jurídicas y jurisdiccionales, pero todo el mundo sigue diciendo “de-efe”. Son las fuerzas de la costumbre. Como en Córdoba, que todos decimos “el Cható” para referirnos al Estadio Mario Alberto Kempes, o decimos “Palacio Ferreyra” cuando citamos al Museo Evita. Nos acostumbramos a los nombres, aprendemos a identificar de una manera y luego el cambio cuesta, lleva tiempo. A muchos en Córdoba nos encantaría que la Av. Colón tuviese otro nombre, sin embargo pasarían generaciones para que la sociedad incluyera el cambio como elemento cotidiano. Por eso el DF, que ahora se llama CDMX, se debate entre sus dos nominaciones, como se debatían en mi cabeza (otra vez) las ideas que de México me habían impuesto. 


Porque, lamento decepcionar al público, México no es mariachis, tequilas, El Chavo y el picante. Es muchísimo más que eso, es un país inmensamente diverso y lamentablemente esa diversidad no la vemos en las películas. Es más, recién el último día de mi estancia en CDMX escuché mariachis cantando cerca de la casa. México también es mezcal, banda, conchas rellenas de cajeta (posta, no miento), Frida y Diego, murales inmensos, chile habanero, construcciones monumentales, contingencia ambiental, Jaime Sabines, tamales a las nueve de la mañana, paredes y voces que reclaman vivos a los 43, que gritan “Ni una más”; tanto pero tanto por conocer…




Llegamos de Oaxaca con todas las emociones del festival aun latiendo en la piel. Esa noche llegó de sorpresa Ana Griott, española, cuentera, editora, gestora, etc. Una de esas personas que hacen tantas cosas alucinantes que de escucharlas nomás te revolucionan las ganas de seguir viajando, contando, experimentando. Es una de las maravillas del andar cuentero: conocés gente tan apasionada, tan entregada a sus sueños y proyectos, que te influyen y reavivan al instante. Y es un andar que genera y reclama encuentro siempre, por eso al día siguiente nos reunimos todos los que estuvimos en el festival para almorzar y compartir y festejar. En un momento Víctor me dice:

-Marcelo, mirá lo que podemos abrir hoy.

Giro mi cabeza y veo con estos mis ojos una botella de fernet Branca de 750ml tomada por el cuello. Creo que me teletransporté al supermercado y aparecí tres segundos después en la cocina con una coca y una bolsa de hielo. Magia, fue todo magia. Así que les enseñé cómo preparar el elixir de la pasión cuartetera, les conté por qué sólo un vaso, los vi hacer los gestos más divertidos a la hora de la degustación. Hubo un par de detractores que al final pidieron repetir la probada y hubo quienes se enamoraron del oscuro brebaje excitador de alegrías. También hubo pizzas, buen vino mexicano, entrega de diplomas cuenteros, intercambios dialécticos que enriquecen nuestro idioma; pero sobretodo la intensidad de la vivencia compartida entre personas atravesadas por la misma pasión: contar cuentos. 

Estuve en CDMX una semana, con la agenda cargada de funciones en distintos espacios: Norma Torres me invitó a su escuela para contar en la 1ra Feria del libro, donde conocí a Francisco Hinojosa (autor de “La peor señora del mundo”) con quien conversé unos minutos sobre lo que hacemos los cuenteros con las historias de autor: “Me encanta que los narradores cuenten mis cuentos, sé que algunos no hacen buen trabajo pero sé que muchos lo hacen muy bien, le dan vida al cuento al versionarlo. Así que tienen todo mi permiso para contar las historias que escribo.” Después, mientras conversaba con los chicos, dijo: “Conocí a Norma contando uno de mis cuentos y me gustó tanto que yo ahora cuando lo cuento le copio algunas cosas a ella.” 



Siguiendo el itinerario, presenté “De perros y otras mascotas increíbles” en Regaladores de Palabras, un espacio potente y hermoso que funciona semanalmente en el Centro Cultural Universitario, el Museo del Chopo y Centro Cultural Tlatelolco, con funciones para toda la familia. También participé en el espacio cuentero del colectivo Agua de Horchata en la UNAM y presenté “Y yo simplemente te vi” en Garko, un bar cultural. Tocó volver, felizmente, al Jardín del Arte donde mis cuentos sonaron entre preciosos cuadros, verdaderas obras de arte, que decenas de pintores exponen en todos los rincones del parque. Y también presenté “Sabor a pan” en un espectáculo íntimo: “La Comunidad del Buen Comer” es un encuentro que se realiza en casa de Víctor y Ángel, donde el cuentero presenta su espectáculo y el chef (Víctor) prepara una degustación propia del país del narrador. En mi caso fueron unos ñoquis exquisitos más vino tinto, cabernet y malbec, provenientes de Mendoza. 



De México a la milonga, del chapulín al choripán



Fue una semana llena de cuentos. Entonces en los ratos libres aproveché para conocer un poco del centro histórico de CDMX, el Zócalo, la Catedral, el Palacio de Bellas Artes y poco más. Sin embargo soy un pésimo turista. Si no me llevan, si no me dicen: “Marcelo, venite que hay tal o cual lugar que no te podés ir sin conocer”, yo no me avivo. Y no por desinterés, sino porque disfruto mucho estar con las personas, compartir muchas comidas y charlas, andar por el barrio donde estoy, entrar a librerías (el FCE tenía descuentos, estuve 5 horas dentro, como 10kg de puros libros traje), tomar un mezcal en el comedor. Un almuerzo lo hicimos en ……….. lugar al que llegás en auto y en la misma playa de estacionamiento los meseros (mozos) se te acercan al toque, toman el pedido de tacos y bebidas, y en un abrir y cerrar de ojos ya vuelven con los platos llenos de los tacos más ricos que comí… ese día. Esos momentos llenos de asombro, de risas, de placer gastronómico los disfruto tanto como si conocer un monumento de cinco siglos.



La penúltima noche yo dormía plácidamente cuando un sonido que venía de la calle se coló en mi sueño. Yo escuchaba la frase a diario repetida: “hay tamales oaxaqueños… tamales calentitos…” cuando Ángel me despierta apurada y me conduce al living de la casa. Cuando reaccioné pude entender lo que anunciaban los altoparlantes, un mensaje algo diferente de lo que yo creía haber escuchado: “Alerta sísmica… Alerta sísmica…” Automáticamente me desperté del todo, vi cómo los cables del tendido eléctrico se balanceaban al igual que las lámparas colgantes de la casa. Era un temblor leve, el primero que vivía en México. El primer temblor de tierra. Porque México te hace temblar apenas llegás con el calor y color de su cultura. México te hace temblar de sorpresa en cada comida, temblar de alegría ante la belleza de su gente.


Volví a Buenos Aires con las valijas llenas de libros, mezcal, chocolate, ropas coloridas bordadas a mano y chapulines. Antes de llegar a Córdoba la Peque (que hace unas cremas increíbles, mirá) me recibió en el oeste bonaerense y durante una semana aproveché para visitar amigos y amigas, participar de una tremenda peña organizada por Tinku, conocer por vez primera una milonga gracias a Johi y experimentar el agitado ritmo que viven día a día en Capital Federal. Presenté “Sabor a pan” en el espacio “Cuentería”, donde Claudio Ledesma me abrió las puertas y el abrazo para que mis cuentos sonaran esa tarde helada de domingo porteño. Visité el espacio de cuentería en la Ex Casa Cuna, invitado por Vero y Alejandra, donde pasamos una mañana hermosa. En fin, Buenos Aires fue parada obligada y necesaria antes de llegar a mis tierras cordobesas y delirar con un choripán, y en otros días más me subo a la bici nuevamente para continuar rodando y contando.  






Acabo de cumplir 30 años y eso me da una alegría tan pero tan grande que vamos a festejar con tremendo locro y mucho vino. Los cuentos siguen en camino, gracias por venir conmigo.



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