¡Primera llamada, primera!
En abril, lo primero que te llena los ojos en Oaxaca es el brillo de sus colores. Sus fachadas imitando el arco iris, la gente vestida con decenas de tonalidades bordadas a mano, los árboles florecidos de rojos, blancos, violetas y amarillos. Sea de día, con el techo azul y blanco de nubes, sea de noche con las estrellas de sus farolas, Oaxaca de Juárez es una ciudad que te enamora la vista de buenas a primeras. Y en ese brote de colores arrancó el festival “Cuentos grandes para calcetines pequeños” en su novena edición, desatando los listones de colores que el año anterior se anudaron en la promesa de volver. La calenda se abrió paso entre las callecitas adoquinadas y, bajo un cielo de pájaros de carne y hueso y de papel, los cuentos fueron sonando para quienes se acercaban a oír, a reír, a mirar.
¡Segunda llamada, segunda!
Pero no sólo para los ojos son las sorpresas en Oaxaca: el paladar vive de fiesta. Los chapulines, los moles, las tlayudas, quesadillas, caldos, cecinas, tasajos, elotes, el quesillo, el chocolate oaxaqueño, el mezcal, las aguas de tamarindo, de Jamaica, de horchata, y de la fruta que te imagines… de recordar nomás se me hace agua la boca. En el hotel Aitana las manos de Doña Pili y Yadira nos mimaron en cada comida (¡qué hubiera sido de mí sin nadie que me calentara agua pa’l mate!). Pero hay algo más que distingue e identifica al sabor mexicano por excelencia: el picante. La gran variedad de chiles (también están los que no pican) pueden incendiarte la boca en un instante y ahí te ves, mano… ¿Y por qué no pedir un elote como si fuese mexicano este cuerpo? me pregunté una noche en Teposcolula, una población hermosa que tuve la suerte de conocer. Estábamos yendo a la casa de Lili a cenar después de una función maravillosa y, de camino, compramos elotes en la plaza. Un elote es un choclo hervido al que se le incrusta un palo en el marlo para que sirva de sostén, luego se lo unta con mayonesa, se lo cubre de queso rallado y, opcionalmente, se lo espolvorea de chile piquín. ¡Póngale chile, nomás! La señora del puestito no parecía muy convencida pero lo hizo con un atisbo de sonrisa. Cuando probé esa maravilla choclera supe que sería un camino bravo. Primero sentís cómo pica en la lengua, levemente, con gusto. Después el chile se adueña de tu paladar, de tus labios y avanza… intentás controlar el picor con el jugo de los granos de choclo pero es imposible, apenas ayudan para frenar la tos. Cuando el picor ha invadido toda la cavidad bucal comienzan a lagrimearte los ojos, que al principio disimulás cerrándolos y abriéndolos y aguantando. Pero cuando llega el moco no hay nada que esconder. Se te hace agua la nariz y eso no se disimula, porque aún queda mucho elote, porque ya te da lo mismo y querés seguir con ese disfrute masoquista que te pica, pica y pica. ¿Y para qué le decís que le ponga?, me preguntó alguien… pero, ¿estar en México y no comer algo que pique así? No mames, wey.
¡Tercera llamada, tercera!
Durante el día el festival vive en las escuelas, bibliotecas, plazas de pueblo, mercados y calles. Es desayunar y salir con la compañía cuentera que toca, contar, volver para almorzar, salir nuevamente y ya. Entonces se va haciendo la tardenoche, hay aroma a día que acaba y la cita es en el Centro Cultural San Pablo para disfrutar de las galas, es decir, del espectáculo unipersonal de cada cuentero y cuentera. Luego de las galas, tres noches hubo espectáculos colectivos para adultos. Entonces se volvía al hotel a cenar, a compartir un mezcal, una charla y a dormir. Y en esa secuencia de “ires y venires” se teje una trama de historias, de miradas, de abrazos, de silencios y de sorpresas que viste al festival con su mejor traje de fiesta.
Salimos a encontrarnos con niños y sus maestros y maestras, sus madres y padres, sus familias, sus lugares cotidianos. Llegamos con cuentos y canciones tratando de sentir cada mirada, de ver cada sonrisa, de percibir cada sensación. Nos dejamos abrazar por sus aplausos, firmamos con un “que las historias te abracen siempre” las hojas que nos traen al acabar la función. Nos tomamos fotografías, amontonados y divertidos como esas colonias de monos chiquitos que se abrazan en el juego buscando calor. Los escuchamos decir “gracias”, nos oyen decir lo mismo. De golpe alguno rompe la barrera de la timidez y llega corriendo para abrazarte. Chocamos los cinco y puñito. Prometemos volver, prometen esperarnos. Se nos ensancha el corazón al estrechar mano con mano y a veces los después son más intensos que la misma función, como cuando Doña Porfiria, en San Sebastián Teitipac , nos cantó con su voz antigua un fragmento del himno mexicano en idioma zapoteco.
O cuando Elisa de cinco años, nos contó con impactante sencillez que iba al jardín y que quería a su maestra, que le gustaba jugar con su hermana, que vivía con sus tíos y no le gustaba cuando la mojan con la manguera, que su mamá estaba en EEUU, que a su papá lo “arrastraron” en la frontera intentando cruzar, que su papá estaba en la cárcel, que ella los esperaba, que ella sabía que volverían. Ahí estábamos Ángel, Helena y yo, desarmados hasta las lágrimas que intentaban contenerse. Ahí estábamos sin escuchar ningún cuento, pero atravesados por una historia. Saqué un libro álbum que llevaba en el morral, Lobo, y se lo regalé. “¿Era tuyo de cuando eras chiquito?” me preguntó Elisa y mentí. Contesté que sí y que ahora era de ella. Al principio no me creyó, lo miraba y lo volvía a mirar, y nosotros reafirmando el regalo hasta que nos dimos un abrazo, chocamos los cinco y puñito y salió corriendo a encontrarse con los demás niños. Después tuvimos que abrazarnos entre cuenteros, para que esa emoción que nos sacudía el corazón tuviera donde girar.
Queda mucho por contar aún del camino que anduvimos esos días. Estoy en Ciudad de México ahora, disfrutando y agradeciendo la hospitalidad de Víctor y Ángel. Quedan varias funciones por hacer, muchos lugares por donde pasar, más comidas por saborear. ¡En unos días sale la segunda parte! Buen camino…
Que lindo viaje cuantas lindas experiencias y las amargas que nos enseñan a valorar mucho más lo que Dios nos ha regalado. Beso y abrazo grande!
ResponderEliminarGracias Sole por pasar y disfrutar! Un abrazo!
EliminarOaxaca te espera con los brazos abiertos Marcelo,te llevas una bonita experiencia de este bello estado y nosotros nos quedamos con esos mensajes tan hermosos de cada uno de tus cuentos.
ResponderEliminarSi puediera volvería cada año, Oaxaca me ha enamorado. Un abrazo!
EliminarNo baila, no baila, el que tiene cabeza no baila...
ResponderEliminarJaja! A seguir bailando! un abrazo
EliminarHermoso decir el tuyo Marcelo, mientras leía sentía que estaba en Oaxaca también... Me encantó!!! Ya me daré el gusto de escucharte en vivo y directo -Lucrecia -
ResponderEliminarGracias Lucrecia! Un abrazo!
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