domingo, 1 de febrero de 2015

La vuelta a las Altas Cumbres (la tercera es la vencida)

Es la tercera vez que voy a realizar este recorrido. Primera vez en solitario. Tercera vez en busca de las palabras que me definen, de la claridad en los proyectos, de la búsqueda del camino que me encuentra.

Viernes

Primera sorpresa: encontrar a Gonzalo, un compañero de la escuela primaria, también en bicicleta, también con ese bichito que te incita a subirte y andar los caminos cordobeses. Nos quedamos charlando en el paredón del Dique San Roque, con la cola de la novia de fondo, evocando recuerdos y nombres, contandonós un poquito de la vida, prometiendo futuros encuentros. Aún me faltaban varios km para Tanti y ya el camino estaba siendo un lugar de encuentro.
Llegar a Tanti en bicicleta siempre es agotador. No tanto por las ondulaciones del camino, sino por los carteles que te dan la bienvenida 6 km antes de llegar al centro, como si el lugar no entendiera que dar la bienvenida es decir “pasá, dejá todo, ponete cómodo y tomate un mate…” Tenés que seguir pedaleándo los repechos y las bajadas con viento en contra. Pero que llegás,  llegás. Y es maravilloso.
Tanti es una localidad del Departamento Punilla provincia de Córdoba, y se ubica en el sector sudoeste del Valle de Punilla a 865 msnm y a poco más de 50 km de la ciudad de Córdoba.

Después de almorzar me tiré en la sombra a leer. Traje conmigo “La canción de nosotros” de Eduardo Galeano. Entonces vino el sueño, esa fiaca siestera que te atrapa si no estás arriba de la bici. Y como el sol me había pegado fuerte y las subidas se habían hecho sentir en mis piernas olvidadas de tanto trecho, me fui a dormir. Me despertó un coro de scouts bramando al ritmo de “Fiebre de sábado por la noche” una palabra que no  pude terminar de entender. Así fue que me descubrí pensando en mis tiempos infantiles de scout y en todas las otras actividades a las que fui por previa anotación materna, y en Gonzalo y mis compañeros y compañeras de escuela, y en mí mismo siendo un crío fanático de las Tortugas Ninja y los pedales… ¿Será coincidencia del azar haberme encontrado el primer día de viaje con cosas que evocan mis recuerdos de chico? O será que todos los viajes solitarios comienzan así…

La noche pasó tranquila, ya es de mañana y es segundo día. Cosí la alforja que no aguantó tanto peso, se ve. Respiro el aire mañanero y escucho tanto pájaro que no canta en las ciudades. Y con el mate al lado, escribo las palabras que me cuentan y me viajan.


Día dos


Abandoné el asfalto para atravesar 75 km de ripio arenoso, acampar en el rio Yuspe y llegar a Taninga para almorzar el día tres. Este camino, la ruta 28, atraviesa las Altas Cumbres por Pampa de Achala, y si uno no lo deja puede pasar por los Túneles y cruzar a La Rioja, lo cual no será mi plan. 

A medida que avanzaba noté que las casas de la montaña llevan nombre. Todas. La Chacha, Las Nubes, El Paraíso, La Estancia, Los Pinos, Las Brujas, etcétera. Recuerdo que el campo también sucede lo mismo y no así en las ciudades, salvo ligeras excepciones. En la ciudad la casa se identifica por un nombre de calle y un número, como muchas veces pasa con las personas. En el campo o en la montaña las casas se saben por sus nombres y por quienes viven allí. Quizás soy demasiado duro con la ciudad que habito y amo, pero tanto monte te invita a pensar en cosas así.

Este segundo tramo de camino se me hizo difícil. Mi memoria me engañó un par de veces haciéndome creer que a la vuelta de aquella curva aparecía el rio. El sol estaba bastante fuerte, las piernas ya no son las mismas de hace siete años atrás, el teléfono se quedó sin señal; pero esta vez tuve un compañero sorpresivo: el viento. Un viento que por momentos era como la palma de una mano invisible empujándome a favor. Un viento que aparecía luego de esa curva interminable y empinada para darme un aliento de frescura. Un viento que nunca se puso en contra de mis pedales. Un viento amigo, al que le gustó esta aventura y decidió acompañarme con su soplo mejor.
Así llegué al rio Yuspe, compré salame, queso y pan casero, acampé en un claro que quien lo conoce no lo olvida y me zambullí en esas aguas cristalinas y puras que hasta se pueden beber. 

Después, las acciones ineludibles: buscar leña, caminar un poco, recolectar peperina y barba de piedra, calentar agua, mirar el curso de agua y dejarse llevar en pensamientos. Una familia bonaerense apareció y llenó de altavoces el lugar, maravillada por el paisaje, por la claridad del agua, por el verde y la arena. Tan chiquito todo y tan inmenso a la vez. Al principio me desanimé; conversaban a los gritos, acapararon la playita, se quedaron toda la tarde. Pero después entendí que necesitaban tiempo: hay un momento en que la montaña te silencia, tengas cinco años o setenta. Si te quedás un día o más, la montaña y el río se te meten dentro y te vuelven parte del paisaje, te transforman en silencio, te abren la mirada, te ensanchan los oídos. Entonces hablás más bajito, mirás como no creías que podías mirar, escuchás la voz del que llegó con vos con otro color, con otra música, porque ahora es parte de la montaña, porque ahora tiene un rio corriéndole en las venas y en los sentires. La familia se fue cuando empezó a bajar el sol, alzando sus conservadoras vacías y sus toallas húmedas. Se fueron contentos y haciendo mucho ruido, con la montaña y el rio en sus cámaras de fotos. El paisaje se inundó de silencio otra vez; yo puse a calentar más agua y, con el calor de las llamas en las piernas, la poesía de León Felipe me fue entrando despacito:

No andes errante…
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio. 



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2 comentarios :

  1. Lindas historias! Que sigan muchas más :). Me gustó leerte! Todavía creo que te debo las fotos jaja, un desastre, nos vemos prontoooo. Javi Aybar

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    1. Gracias Javi! Así es, traelas y nos tomamos algo compañero! Abrazo!

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