Hace un mes que viajo, pedaleando de pueblo en pueblo por el este cordobés. Las rutas que atraviesan la pampa son largas rectas que a veces confunden la certeza del avance. Un campo dorado de trigo a la derecha, el verde de la soja a la izquierda, o al revés, kilómetro a kilómetro. O un campo pelado, cosechado, arrebatado de los colores brillantes que espera, con la aparente tristeza del despojo, nueva siembra. El camino gris de cemento es también un surco, donde caen las semillas esperanzadas que cada viajero lleva consigo. Ayer frené la marcha cuando vi una urraca sentada en las franjas amarillas que dividen los carriles. Sin inmutarse ante mi cercanía, se dejó levantar para que mis ojos vieran que algo la había golpeado. Sentí en mis manos el latido de un vuelo sentenciado, el calor de ese cuerpecito resignado era una breve llama que se apagaría al más mínimo soplo. Soplo que adoptaría formas tan disímiles según el azar del tráfico. La llevé al costado de la ruta, donde el pasto es mullido como colchón y al soltarla no hizo más que mover un poco las alas. No para intentar un vuelo, sino para acomodarse y esperar a que el final le llegue desde algún sitio. Y aunque elijo creer que su cuerpecito sanó en un renovado vuelo, nada me quita la certeza que el camino gris de cemento es también un surco donde la muerte levanta su cosecha.
He recorrido entre junio y julio 660 kilómetros, aproximadamente. En algunos pueblos sólo frené para dormir, probar ravioles y mirar cómo atardece y amanece. Tal fue el caso de Ballesteros, Ballesteros Sur, Cintra, La Francia, El Tío, Marull, Miramar, La Paquita. En otros, viví el encuentro intenso que deparan los cuentos cuando salen de la valija: en Las Varillas tuve la fortuna de encontrar un equipo de personas increíbles en la Secretaría de Cultura, con Emmanuel a la cabeza, que me armaron una mini gira por las escuelas y me abrieron las puertas de su casa. En Villa Concepción del Tío encontré a Nélida, la vicedirectora de la escuela, que hizo lo imposible para que los cuentos y los chicos se encontraran. En Balnearia, María Sol y la dirección de la escuela Vicente López, pasamos un día inolvidable de puras historias contadas y cantadas. Y en La Para compartí con Elder Candusso muchos mates, historias de la región de Ansenuza, aventuras de viaje e infaltables asados.
Cuando estaba en Villa Concepción del Tío, acampando en el camping municipal, vi Cinema Paradiso por primera vez en mi vida, y así quedó escrito en el diario incompleto de este viaje:
“Cuando tenía 12 años leí una entrevista a Soledad Pastorutti donde ella contaba que era su película favorita. En ese tiempo no había ni videocassetera en casa y las únicas películas que conocía era gracias a canal 12 y 8, y al cine. Tuve ganas de verla, pero no se pudo y la olvidé.
Pasaron los años y llego el vhs a casa y el dvd después, pero por más que supe que era un clásico, Cinema no llegaba.
Otra vez el tiempo pasando y en la facultad de música oigo la banda sonora por vez primera. Aún la emoción, no veo el filme.
Una vez, ya no hace tanto, veo la escena donde Alfredo le enseña a Totó usar el proyector, pero era una juntada de amigos y ganó la guitarreada. Paradiso y yo debíamos esperar.
Este año mi amiga Johanna me mostró una versión del tema principal por Esteban Morgado, cuando llegábamos de una milonga (mi primera en Buenos Aires). Ahí aluciné, me caló hondo la versión.
Semanas después, en Bell Ville, descargo la película de internet y veo el trailer, luego de una hermosa proyección cordobesa en el Cineclub Coliseo, invitado por José.
La semana pasada Emmanuel Hernández me lleva a conocer el teatro Colón en Las Varillas. "Vení, subí" me dice. Y me hace pasar a la cabina donde se proyectaban películas tiempo atrás. El proyector es igual al de Cinema Paradiso. Me cuenta que casi convierten el edificio en supermercado, pero la municipalidad lo compró y hoy sigue habitando cultura y arte. Esa noche vi los primeros 15 minutos de la película y me emocioné tanto que puse pausa y me fui a dormir.
Hoy es finales de junio, estoy acampando en Villa Concepción del Tío, y acabo de ver la película completa. Y lloré. Lloré mucho. De tristeza, de risa, de picardía, de nostalgia, de amor. Y entiendo que hay cosas que llegan cuando tiene que ser, y en su llegada te atraviesan hasta el alma. Entonces no te olvidás más. Estos ojos son los que necesitaba para verla como la vi. Agradezco a la vida ser tan colgado y dejar pasar el tiempo para ver o hacer cosas que "se supone" debí hacer mucho antes. Y aunque, como dice Alfredo, "la vida no es como la has visto en el cinematógrafo, es más difícil", yo creo que en ciertas cosas también vale la pena esperar y dejar que la vida te sorprenda.”
Y llegué a Miramar.
El pueblo desde donde podés mirar el mar. Sí, en Córdoba, la provincia más mediterránea de Argentina. Llegué pedaleando por la ruta que se transforma en avenida que muere en la playa. Llegué un día de julio con el cielo tan despejado que era un pecado no quedarse a mirar el atardecer. Y me inundé los ojos de agua. Me empaché de sol atardeciendo. Me senté en la arena, con la bici al costado, solo. Y me perdí en el reflejo del sol sobre el agua. Moví mi cuerpo sólo para trasladarme a un pequeño muelle, donde la brisa era más fría y más salada. Estos ojos miraban por primera vez, como a Cinema Paradiso, la Mar Chiquita. Ese lugar tan cercano y disponible y cordobés que siempre olvidé visitar. Hasta que los pedales me llevaron.
En Miramar ella se encontró conmigo. Mentiría si dijera que nos encontramos, yo apenas pude darle un reflejo de mí. Ella se dio entera, yo no pude decirme siquiera. Ella quiso que fuésemos dos, yo no logré ser más que uno y ella. Con qué facilidad me despojó de las caretas que fui fabricando todo este tiempo, qué rápido se dio cuenta que mi luz brillaba tanto solamente para que nadie note mi sombra. Ella me miró tan hondo que, cuando habló, dijo las palabras que solo pudieron decir quienes me sufrieron. Yo, tan seguro de haber cambiado para mejor, tan alegre de estar cumpliendo mi sueño y mi misión, tan feliz de escucharme a mí, dejé que mi ego construyera un personaje que día a día fue consumiendo mi esencia. Y ella encontró la rendija desde donde mirar, aunque supiera que mirarme iba a doler. Sin embargo no dejó de abrazarme por eso. Y entendí que tenía que volver donde mi esencia supo encontrar el cauce. Y cuando volví encontré una puerta abierta. Hoy sé que necesito silenciar mi personaje y todas sus aspiraciones. Si soy mar, espero ser navegable, espero sentirte en mis olas, espero dejar que me nades. Si soy mar, espero dar más que un reflejo de sol, de luna, de cielo. Así ando en estos días, intentando ser más que un pedazo de agua que se mira desde la orilla.
Escribo estas palabras desde Uruguay, porque Beatriz Santesteban me ha invitado a participar de la VII Feria del Libro de Ciudad de la Costa. Me alegra el alma pisar otra vez las tierras orientales, el lugar donde suena y late la murga, canción de mis amores. La bicicleta y el equipo quedaron en Porteña, donde el 18 y 19 de agosto estaré contando cuentos y dando un taller, y ahí esperará a que termine el festival NaRRaPalabra en Rio Cuarto y Córdoba Capital. Las ruedas saldrán al camino allá por septiembre, rumbo sur: el 20 y 21 de octubre hay muchos cuentos que contar con Maíra en Usuhaia.
Les cuento una última cosita: el día que volví a pasar por Marull me enteré de dos noticias que ocurrieron el mismo día: la muerte de una mujer que conocí y quise mucho, y el nacimiento de la hija de una gran amiga. Ese día estaba escuchando una selección de temas de películas de Miyazaki en piano y escribí lo que sigue. Les deseo un hermoso agosto, que sean buenos vientos.
A veces las notas de una melodía se me clavan en la piel
como cuchillos diminutos.
Y me hacen llorar.
Otras veces son pequeños dedos que separan lentamente mi
pensamiento, dejándolo todo encima de la mesa.
Y me hacen respirar.
En ocasiones las notas de una melodía son rigurosas hormigas
que cargan los recuerdos con que alimento el día a día.
Y me hacen vomitar (si no llega el invierno).
Otras, son hojas que caen del árbol genealógico cuando obliga
el otoño y no se puede hacer más.
Y caigo también.
Las notas de una melodía pueden atravesarme tan hondo que ni
yo me animo a tanto. Las impulsa una fe ciega porque no han nacido para sonar
de otra manera.
Ellas me vieron una noche mojado por la lluvia y quisieron
ser ellas la lluvia.
Notas como gotas.
Chaparrón en mi menor.
Es de noche. El mundo late y se humedece en una cadencia
rota, con el SI cargando un DO en la espalda.
Notas como gotas.
Pero modula el cielo y lo que era lluvia ahora es sol y en
sol mayor.
Suenan, suenan y suenan las notas de la melodía en el piano.
Ya no llueve afuera, el que llueve soy yo.
Aún es de noche, sin embargo el sol es más que una nota. Es
una vida que nace, es una sonrisa entre tanta llovizna, es el final de una
espera.
A veces las notas de una melodía me revientan en la piel
como flores de octubre.
Y me hacen sonreír.
Otras veces son pequeñas letras agrupadas de un modo preciso
que llegan como una candela. Y arremolinan todo lo acuchillado, separado, vomitado, caído y mojado, para transformarlo en una esperanza que cante su nacimiento.
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